27 de octubre de 2010



Abrí los ojos.
La luz que entraba por las rendijas de la persiana era anaranjada, no debía de ser nada temprano. ¿Cuánto llevaba durmiendo? Maldita sea, no recordaba nada. ¿Cómo llegué a casa? A gatas, seguro, como cada vez que salgo para olvidar. Pero esta vez no era como las demás, no, me sentía diferente.
Igual seguía borracha, o quizá solo era la ignorancia a causa de la falta de recuerdos, pero, me sentía bien, contenta. Llevaba mucho tiempo buscando esta sensación, y al final, sin saber cómo, había llegado, así, sin avisar. Así que como buena anfitriona la recibí en condiciones, me levanté tambaleándome, con dificultad llegué a la cocina, abrí la nevera y encontré la botella de cava que llevaba guardando desde hace dos años, esperaba para esta ocasión.
La abrí despacio, no estaba en condiciones de dármelas de experta. Y ¡PAMMMM! el tapón salió disparado. Mi mano se bañó en cava, de reserva, qué nivel. Olía bien, a felicidad, a libertad, me sentía como esas burbujas inquietas que suben hasta la superficie. Inquieta.
Empecé a beber de la botella, las burbujas refrescaban mi garganta. En ese momento un escalofrío recorrió mi cuerpo, los recuerdos se acercaban...