16 de noviembre de 2010




Borrosos, sin conexión, así eran los recuerdos.
Dejé de forzar la memoria, si no recordaba, quizá fuese mejor.
Dejado todo atrás, seguí bebiendo. Decido acompañar la situación de música, conecto mi mp3 a los altavoces, y lo configuro en modo aleatorio, que él decida qué canciones debían coronar tal celebración. Una tras otra, canciones a todo volumen y que invitaban a la festividad se agolpan en mis oídos, el ritmo acelera mi corazón y lo hace bailar a su compás.
Como loca bailaba por toda la casa acompañada de mi botella de cava, no había quien me parase.
Llego a mi cuarto, la locura crece, empiezo a saltar en la cama, a gritar, a sonreír, a no pensar. Me dejo llevar.
Cuando de un salto bajo de la cama, golpeo sin querer una cajita de la que salen muchas fotos. Me paro a mirar. Entonces todos los recuerdos se volvieron nítidos y pasaron deprisa. Pegué un trago largo a mi compañero Sr.Cava, detengo los recuerdos.
Vuelvo a sonreír, vuelvo a escuchar la música, miro las fotos de nuevo. Reconozco su cara, no puedo evitar soltar una carcajada. Siento frío.
Recojo las fotos en la caja y me la llevo al salón. Me siento en el suelo y busco mi paquete de tabaco. Con el placer que siempre acompaña este vicio, enciendo un cigarro. Saco las fotos de la caja, veo su cara otra vez, en otra foto, sonreía. Suelto el humo contra aquella cara sonriente, espero, no desaparece, así que sito el cigarro encendido sobre aquella cara que parecía imborrable . En apenas unos segundos la cara desaparece, al fin.
Ahora la que sonríe soy yo.

Adiós, definitivamente te echo de aquí, de mi vida, de mi todo.